domingo, 27 de enero de 2008

Ermita de San Froilan (Valdorria)

Ermita de San Froilan (Valdorria) 27/01/2008
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Desde Valdorria a la ermita de San Froilán hay que subir una rampa en campera praderil, luego unos escalones en piedra arenisca, ciento setenta y dos escalones he contado personalmente, que cubren el medio kilómetro de ascenso entre riscos. La campa en que se asienta la ermita acoge a pocas personas, no más de treinta. El templo es muy pequeño, con arco fajón románico en su interior que inicia la bóveda de cañón del presbiterio. Es similar a la ermita de San Vicente y San Lorenzo de La Gotera, en los riscos de La Vid de Gordón; es un tosco románico rural, aunque ésta de Valdorria está reconstruida después de la contienda bélica de 1936. En la puerta hay un arco de medio punto en piedra, muy tosco. En la portada aparece una efigie en piedra en un escudo heráldico, que debe representar a San Isidoro a caballo, tal y como se halla en el pendón de Baeza que se custodia en la basílica, enjaezado y con la espada desenvainada; bordones episcopales, lobos y bajo ellos ondas marinas.
Al fondo del valle corre el regato de Valdecésar que se interna entre rocas para caer en cascada de irisaciones cromáticas cerca de la carretera entre Montuerto y Nocedo, frente a las ruinas del castillo de Arbolio, castillo del Curueño, donde se cuen­ta que se tramó la conjura de Doña Jimena y sus hijos García, Fruela y Ordoño para destronar a su padre Alfonso III el Magno. El paraje es de extraordinaria belleza.
Se cuenta del obispo Froilán en sus años de eremita en Valdorria, donde construyó una pequeña ermita en lo más alto e intrincado del monte. El acceso a la mencionada ermita se hace por un sendero sinuoso al borde de precipicios impresionantes. El paisaje es sobrecogedor y de una hermosura sin igual. Está claro el buen gusto de Froilán, pues debio de pensar que de encontrarse con Dios, tendría que ser en un lugar como aquel de los montes de Valdorria. En fin, que Froilán, según cuentan, se valía de un mulo (no estoy muy seguro si era mulo, mula, yegua o jumento, pero se entiende) para acarrear las pesadas piedras por el intrincado sendero. Pero un día, el lobo -tal vez atacado por el hambre y con menos vocación por el ayuno que Froilán- atacó y mató al animal, quedándose la empresa del eremita comprometida para su finalización. Así que, lógicamente cabreado, el que luego sería santo se dirigió al lobo, le recriminó la acción que acabó con el servicio del buen mulo y su trabajo para la obra de santificación que se había propuesto llevar a efecto y le obligó a sustituir al mulo muerto y realizar su trabajo hasta concluir la construcción de la pequeña ermita donde se recogería para hacer penitencia y meditar.
No sé si terminaron siendo buenos amigos el lobo y el candidato a santo, pero imaginando la determinación y la manera de convencer de Froilán para imponerle semejante penitencia, me da a mí que al lobo no le haría ni pizca de gracia el negocio.